¿Es posible aprender sin emoción? ¿Puede un niño interesarse por algo que no despierta su mirada ni su curiosidad? En el aula, el arte, es decir, la palabra bien dicha, el gesto, la imagen, el sonido, no es un adorno, sino una fuerza que captura la atención, moviliza la emoción y otorga sentido. Si el aprendizaje necesita emoción y atención, ¿por qué el arte sigue siendo un elemento secundario dentro de la escuela?
La educación dominicana carga con dificultades que todos conocemos: baja comprensión lectora, prácticas repetitivas, estudiantes desmotivados. Pero el problema no es solo técnico o estadístico. Es también sensible, emocional y estético. Tenemos un currículo lleno de buenas intenciones, pero aulas que no logran encarnarlas. En teoría hablamos de competencias; en la práctica abundan clases rígidas, lineales, previsibles, que transmiten información pero escasamente despiertan pensamiento.
La escuela se ha convertido, muchas veces, en un espacio donde lo urgente, (cumplir, planificar, llenar registros, terminar, evaluar) se impone sobre lo esencial: conmover, imaginar, comprender. No se trata de formar artistas, sino de formar pensamiento y sensibilidad. Cuando hablamos de arte en la educación, no hablamos de convertir a los estudiantes en pintores, músicos o actores, sino de aprovechar los recursos artísticos para formar seres humanos críticos, creativos y capaces de sentir y pensar a la vez. Porque, como recuerda Mora (2017), “sin emoción no hay curiosidad, sin curiosidad no hay atención, y sin atención no hay aprendizaje”. La atención no se exige: se conquista.
Cuando el arte entra al aula, no convierte la clase en un espectáculo, sino en una experiencia significativa. Un docente que narra un cuento con la voz colocada, el ritmo justo, los silencios precisos, logra más atención que cualquier proyector o diapositiva. Un estudiante que puede imaginar, moverse, preguntar, escuchar, observar… no está actuando: está aprendiendo con todo su ser. El aula es, o debería ser, un escenario pedagógico, y el docente, un mediador creativo. No para fingir, sino para encarnar el saber con su voz, su cuerpo, su mirada, su silencio y sus preguntas.

